miércoles, 13 de marzo de 2013

TERMES/TERMANTIA. De aliada de Numancia a municipio romano.

Las ruinas, bastante considerables, de la ciudad celtíbero-romana de Termes, también llamada Tiermes e incluso Termantia, se extienden por la amplia cumbre del cerro de la Virgen del Castro, término municipal de Montejo de Tiermes, en los confines meridionales de la provincia de Soria.
 
Los orígenes de Termes se remontan al periodo celtíbero antiguo (siglo VI-V a.C.), cuando la arqueología detecta la presencia de un asentamiento arévaco (pueblo celtibérico) en la cumbre del cerro de la Virgen del Castro. Sin embargo habrá que esperar a los años centrales del siglo II a.C. para ver aparecer por primera vez el nombre de Termes en la Historia escrita. Esto lo debemos concretamente a las pluma de Apiano (Iber, 76-77-79) quien relata como en el año 141 a.C. el cónsul Quinto Pompeyo, tras fracasar en su asedio contra Numancia, al comienzo de las guerras celtibéricas, se dirigió contra su aliada Termes, nombrada Termancia en los textos latinos, a la sazón considerada una presa más fácil que la inmortal ciudad arévaca. Craso error fue aquél, tal y como pudo comprobar el cónsul tras sufrir tres derrotas consecutivas en que perdiera casi toda la caballería y una cohorte entera con seiscientos hombres, tribuno incluido.
 
Muralla bajoimperial de Termes. Zona septentrional del perímetro fortificado. En primer plano, uno de sus recios cubos de flanqueo.

Poderosas fortificaciones debía poseer ya la orgullosa ciudad celtíbera, sublimadas por los potentes barrancos que a la manera de murallas naturales delimitan el cerro de la Virgen del Castro. Lamentablemente apenas ha quedado nada de ellas: sólo una fugaz línea de derrumbe de considerable espesor que bien pudiera ser el último vestigio del zócalo de una antigua muralla, hecho de piedra seca o, más probablemente, cogida con barro, sobre el cual se dispondría el paramento principal, de adobe, según las técnicas de fortificación arévacas. Sí que han llegado, no obstante, hasta nosotros los huecos en que se alzaran las dos grandes puertas de la ciudad, a la sazón tallados en la dura roca en forma de angostos accesos (sobre todo la puerta occidental) muy fáciles de defender desde la cumbre del cerro al abrirse a un estrecho pasillo permanentemente batido desde las alturas donde por cierto las rocas labradas en regulares formas parecen indicar la pretérita existencia de fortificaciones.
 
Espléndido paramento de sillería bien labrada que luciera la muralla de Termes.
 
Termantia continuaría libre e indómita durante bastantes años a pesar de la caída de Numancia en el año 133 a.C. Mas finalmente sonaría la hora de Roma también para este lugar, cuyas puertas se abrirían ante el cónsul Tito Didio en el año 98 a.C. sin duda a consecuencia de la gran derrota sufrida por el pueblo arévaco ante el ejército romano bajo mando del citado magistrado romano. Como castigo a la obstinada oposición de los termestinos, Tito Didio mandaría que descendieran al llano con la prohibición expresa de amurallar la cumbre del cerro (a la luz de esta información, suministrada por Apiano, se supone que fue entonces, con ocasión de la conquista romana, que fue desmantelada la primitiva muralla celtibérica). Comenzaría así la andadura de la ciudad dentro del imperio romano, como ciudad estipendiaria naturalmente, pues había sido conquistada por la fuerza, lo que implicaba que debía satisfacer un tributo anual a Roma si quería poder continuar cultivando sus campos y apacentando sus rebaños. Semejante imposición no debía ser nada del agrado de los impetuosos arévacos de Termantia, dificultando el proceso de romanización común a todos los pueblos hispánicos bajo la égida de Roma pero desigual en intensidad y duración. Sin duda seguía muy vivo el espíritu racial arévaco cuando el levantamiento de Sertorio en tierras de Hispania, al que se uniera Termantia sin vacilaciones. Sin embargo la suerte volvió a ser esquiva a la vieja ciudad arévaca que fue ganada al asalto por Cneo Pompeyo Magno en el año 72 a.C. --Floro (III, 10,9)--  tras una labor previa de arrasamiento de los campos circundantes y subsiguiente debilitamiento de sus habitantes a manos del temible jinete del hambre.
 
Base, bastante bien conservada, de uno de los cubos de la muralla bajoimperial.
 
Durante el resto del periodo republicano, Termantia prosigue su existencia como ciudad sometida. Sus casas y callejuelas se levantan en la falda del cerro de la Virgen del Castro, allá en sus zonas menos agrestes y en el llano anejo. Concluida la República, el imperio será gobernado por los todopoderosos emperadores. No parece una mala forma de gobierno, al menos en este brillante principio, ya que la riqueza, el urbanismo, las artes y las ciencias florecen en toda la ribera mediterránea al socaire de la célebre pax romana, garantizada por las no menos célebres legiones imperiales. También será ésta una buena época para Termes, citada así ya por Floro, Ptolomeo Plinio el Viejo, Tito Livio, Diodoro de Sicilia y Tácito, en detrimento del viejo nombre celtibérico de Termantia. En efecto, la ciudad crece y prospera. El proceso de romanización es ya imparable. Su eficacia es máxima en tanto en cuenta comienza por los termestinos más influyentes, herederos directos de las antiguas élites celtibéricas, algunos de los cuales ascienden a la categoría de ciudadanos romanos con derecho al empleo de praenomen, nomen y cognomen. Así lo indica sin ningún genero de dudas la epigrafía de la época, por fortuna relativamente abundante a la hora de hacer referencia a antiguos termestinos.
 
Cubo de la muralla en el que se aprecia perfectamente su planta semicircular peraltada. Se aprecia bien el paramento exterior de silleria.
 
Elocuente reflejo de esta prosperidad es la monumentalización de Termes, detectada arqueológicamente a partir del reinado de Augusto en que se construye un templo en la zona septentrional de la ciudad, allá donde la pendiente del cerro comienza a ganar inclinación. Pero el empujón definitivo vendrá en el reinado de Tiberio (14-27 d.C.), sucesor de Augusto. En efecto, hacia el año 20 d.C. se construye el primer foro de la ciudad, entre cuyas ruinas se ha encontrado los restos de un epígrafe, datado con exactitud en el año 26 d.C., en el que se menciona directamente al emperador Tiberio con todos sus títulos y ascendientes en lo que se ha interpretado como una expresión del agradecimiento a la autoridad imperial por la concesión de la ciudadanía latina al, a partir de ese momento, municipio termestino. Si a este dato le unimos la pertenencia a la tribu Galeria de algunos termestinos registrados en la epigrafía, a la sazón la tribu a la que se adscribieran los nuevos municipios durante los reinados de la dinastía Julio-Claudia, tenemos suficientes argumentos para fijar el ascenso de Termes a la categoría de municipio latino durante el reinado de Tiberio. Desde luego el sólo hecho de la construcción de ese foro indica no sólo un proceso de romanización muy avanzado sino también un deseo de adecuar la estructura urbana de la ciudad a su nueva condición jurídica.
 
Sección transversal de la muralla bajoimperial de Termes. Se observa el paramento interno, de sillería, y el núcleo heterogéneo.
 
Durante el reinado de Tiberio se erigió también un nuevo templo imperial en la zona del foro y se concluyó el magnífico acueducto de la ciudad, concienzudamente tallado en la roca en muchos tramos y cuyas aguas se vertían en un gran depósito acuario o castellum acquae, excavado en su mayor parte. Desde luego la ciudad es rica y próspera: así lo indica tanto la epigrafía al mencionar sumas de dinero (9.991.000 sestercios) ciertamente enormes para tratarse de una ciudad del interior de la meseta como el registro arqueológico: rico en cerámicas de gran calidad (sobre todo terra sigillata), instrumentos de metal, vidrios y demás, todo lo cual evidencia de paso la existencia de un floreciente comercio. Semejante bonanza tiene su culminación hacia los años 70 del siglo I d.C. con la construcción de un segundo foro, mayor que el anterior y unas termas próximas, sin duda imponentes a juzgar por los restos que nos han llegado. El nuevo foro impulsa una nueva reorganización del espacio urbano, puntualmente muy intensa hasta el punto de amortizar algunas estructuras anteriores como el primer templo, erigido en tiempos de Augusto. Probablemente sea éste el cenit de Termes como ciudad, muy romanizada tal y como indican sus espléndidas domus, erigidas según el modelo romano aunque conservando todavía bastantes elementos de indigenismo, cuyo principal testimonio son los nombres célticos citados en la epigrafía.
 
La muralla bajoimperial seccionando algunas de las antiguas viviendas rupestres allá en la zona meridional de la ciudad.
 
La primera mitad del siglo II d.C. aún debió ser bastante próspera para Termes, perdurando sin mayor problema las instituciones urbanas tal y como indica la célebre tabula patronatus localizada en el cercano pueblo de Peralejo de los Escuderos, donde se cita a los dos duunviros de la ciudad así como al SENATVS POPVLVSQVE TERMESTINVS. Sin embargo el inexorable proceso de decadencia, común a todo el occidente romano, haría acto de presencia también en Termes,  ejemplificado muy bien en el abandono y reconversión en basurero, verificado durante la segunda mitad del siglo, de todo el sector nororiental de la ciudad. No obstante la ciudad continuaría existiendo con bastante vigor tanto en este siglo como en el siguiente. Así lo prueban las obras de mantenimiento detectadas en la cercana calzada que unía Termes con Uxama y Segontia, en el acueducto así como en el área foral Flavia y, por supuesto, la construcción de una poderosa muralla de técnica genuinamente bajoimperial datada entre los años 238-244 (fecha de acuñación de una moneda de Gordiano Pío localizada en la fosa de fundación de esta muralla) y los años posteriores al 276 d.C. en que se data la segunda invasión germánica de Hispania (la lógica histórica tiende a inclinar la datación hacia esta última fecha).
 
La llamada puerta del sol en el sector suroriental de la ciudad. Celtíbera de origen.

La nueva muralla de Termes surgió para defender los sectores más vulnerables de la ciudad, esto es los de su mitad oriental, más accesibles desde el exterior. Esto explica la ausencia de restos de esta fortificación en el área occidental, por otra parte innecesaria al actuar los vertiginosos precipicios que flanquean esta parte del cerro, solar del antiguo asentamiento arévaco, como inmejorable defensa natural. Las necesidades impuestas por la exigente ciencia poliorcética obligaron a la reducción del área urbana de la ciudad desde las 50 Ha del periodo altoimperial a las nuevas 30 Ha del bajoimperial, quedando fuera del recinto murado una extensa área de viviendas al sur de la ciudad (que no obstante continuaron habitados si bien con fines más de tipo industrial que residencial). Incluso fue necesario la destrucción de algunos complejos edilicios anteriores, tales como parte del graderío del sector suroriental –interpretado como lugar de reuniones al aire libre desde época prerromana--, o el conjunto rupestre meridional, alguna de cuyas casas aparecen literalmente divididas por la mitad por los gruesos sillares de la muralla bajoimperial.
 
Vista de los pobres restos, no del todo claros, de la antigua muralla celtibérica de Termantia.
 
Como se dijo, la muralla de Termes muestra una tipología claramente bajoimperial, donde prima por encima de cualquier otra consideración la eficacia defensiva. Así lo indica sin ir más lejos su monumentalidad –elocuente indicio del vigor económico de la ciudad que la erigiera--, conseguida a fuerza del empleo masivo de grandes sillares de arenisca (algunos reutilizados de edificios anteriores), de módulo romano y un severo flanqueo de los lienzos por medio de torres semicirculares peraltadas, también de sillería, idénticas en su concepción a las de otras muchas murallas romanas contemporáneas como las de Legio, Astúrica Augusta o Caesaraugusta por nombrar sólo tres ejemplos.
 
Interior de una de las famosas viviendas rupestres de Termes.
 
La técnica constructiva empleada en esta muralla es el opus quadratum romano, extendido por todo el imperio así como muy empleado a la hora de construir fortificaciones gracias a su robustez y, sobre todo, insuperable aparato estético. En realidad es una técnica de triple hoja tipo emplecton, en la que los paramentos exteriores se ejecutan en sillería bien ladraba así como asentada en seco, sin concurso de argamasa. El núcleo de la estructura se podía hacer bien en opus caementicium, lo que presupone una buena selección de los áridos (sólo arenas y garbancillos, nunca mampuestos salvo en el caso del opus caementicium ciclópeo) y las cales, bien en opus incertum, esto es una mezcla más o menos heterogénea de tierra y mampuestos ligada con mortero de cal. En el caso de la muralla de Termes, el núcleo interno es de opus incertum de no muy buena calidad (este último parámetro dependía directamente de la calidad del mortero de cal empleado, es este caso no muy alta a juzgar por el grado de deterioro que presenta en la actualidad). En total, los dos paramentos y el núcleo conforman un espesor regular de 2,5 metros.

Armónico graderío labrado en la roca natural del cerro posiblemente en época celtibérica.

En cuanto a las torres de flanqueo, macizas en sus planta inferior, a la postre la única conservada, exhiben un diámetro bastante regular de 2 metros en su parte semicircular. El peralte previo se prolonga por espacio de otros 50 centímetros, lo que arroja una proyección hacia el exterior de 2,5 metros para la estructura completa de la torre. Las torres se encuentran separadas unas de otras por una distancia media de 10 metros, medida ésta que garantiza un flanqueo óptimo de la base de las murallas.

Debido a que la muralla sólo se ha excavado en algunos puntos, desconocemos la mayor parte de sus detalles tales como la ubicación de las puertas y vanos menores si bien es verosímil suponer la continuidad en el empleo de los antiguos accesos celtibéricos. Hoy en día sólo tenemos constancia con seguridad de los restos de un bastión (cuya construcción arrasaría parte del graderío contiguo), muy arrasado, guardando la entrada suroriental de la ciudad, ésta última labrada en la piedra así como de época celtibérica.


Ruinas romanas de Termes, pertenecientes al castellum acquae, al fondo, y a las estructuras del foro flavio (primer plano).
 
Aunque Termes continuaría existiendo como ciudad en los siglos IV y V, lo cierto es que la arqueología ha identificado evidencias de un claro retroceso urbanístico. En efecto, en algún momento indeterminado de estos dos siglos el foro flavio se abandona y su solar enlosado es compartimentado por precarios muros de mampostería, sin duda pertenecientes a una población venida a menos que no duda en ocupar de forma privada y sin ambiciones el antiguo lugar público, orgullo de la ciudad. Al mismo tiempo que esto sucede dentro de las murallas, afuera comienzan a proliferar las explotaciones agropecuarias o villae, distribuidas aquí y allá en el territorio termestino, algunas de las cuales han sido detectadas arqueológicamente. Y es que al igual que sucediera en todos los rincones de la Hispania bajoimperial, también en Termes se retrajo el mundo urbano en beneficio del rural.
 
Estos restos, todavía confusos aunque relacionados con un antiguo templo, son el único testimonio que nos ha llegado de la Termantia arévaca. Se encuentran en al cumbre del cerro de la Virgen del Castro, allá donde estuviera el asentamiento celtibérico.
 
Tampoco la época visigoda supondría el fin de Termes, si bien su área habitada ha quedado reducida a una pequeña parte de la que fuera. Es por ello que las gentes de los siglos VI y VII no dudan en enterrar a sus muertos entre las ruinas de los antiguos edificios altoimperiales, allá en la zona central de la ciudad. La situación continuaría más o menos igual durante el dominio musulmán. Termes, cuyo nombre va mudando en Tiermes, es la plaza más importante de la zona, auténtica frontera entre la Cristiandad y el Islam, lo cual no quiere decir ni mucho menos que sea grande ni esté muy poblada. Más bien se debe pensar todo lo contrario. Finalmente, la zona será ganada definitvamente por los cristianos allá por el siglo XI. Es precisamente a finales de esta centuria cuando ciertos pasajes del Cantar del Mio Cid hacen sospechar que Rodrigo Díaz de Vivar pasó hasta dos veces por las inmediaciones de Termes, a la que llama Agriza, interpretable como la “Agujereada” o “las Cuevas”, quizás en alusión a las viviendas rupestres, auténticos agujeros en la roca, que caracterizan la ciudad. Esta afirmación, aunque algo aventurada, es desde luego factible ya que el legendario caballero burgalés empleó en aquellos traslados una ruta que muy bien puede identificarse con la antigua calzada romana Uxama-Segontia, en medio de la cual, como se dijo, se encontraba Termes. Aún el lugar conservaba cierta importancia en aquella época si bien no tardaría en comenzar a perderla a favor de la recién fundada Caracena, mejor ubicada estratégicamente que Termes a la hora de custodiar el acceso a la frontera del Duero. A pesar de todo el viejísimo asentamiento aguantará varios siglos más, permitiéndose incluso embellecerse con una hermosa iglesia románica (siglo XII), hoy ermita de la virgen de Tiermes. Incluso se conoce documentalmente la existencia de un monasterio, del que no nos han llegado restos. Pero el destino de Termes estaba echado. Así en 1499 la aldea estaba casi abandonada. No tardaría mucho más en quedar vacía, poniendo así punto y final a más de dos mil años de Historia continuada..



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